Como ocurre casi siempre con personajes históricos que son admirados e incluso idolatrados, Karl Marx, el principal ideólogo del comunismo, esconde muchos, muchísimos ‘cadáveres’ en el armario en forma de contradicción, discriminación, hipocresía, tergiversación, plagio, y lo que hoy se definiría como cara dura. Se cumplen 140 años de la edición del segundo tomo (póstumo) de su obra ‘Das Kapital’, un texto farragoso, dificilísimo de leer, casi ininteligible
Karl Marx (1818-1883) es un personaje
clave en la historia contemporánea que, como suele ser habitual, muestra una
biografía con muchas sombras. No son pocos los autores, historiadores e
investigadores que han puesto a la vista los abundantes trapos sucios del
fundador del marxismo. Y no se trata de ideología (algunos de esos autores
habían sido marxistas), sino de la verdad documentada, probada, indiscutible,
una verdad que, por otro lado, será insuficiente para convencer a quien jamás
aceptará la evidencia si ésta no coincide con su ideología.
El gran defensor de los trabajadores y
martillo de la burguesía, el ‘inventor’ del comunismo, se casó con una rica
aristócrata (Jenny von Westphalen) y vivió a costa de su herencia hasta que se
acabó…, y ello a pesar de haber escrito y ‘filosofado’ sobre lo injusto de las
herencias. Jamás quiso ni tuvo lo que se dice una ocupación, un trabajo con el
que mantener a su familia, una obligación masculina que nadie (ni él mismo)
cuestionaba en el siglo XIX. De este modo, cuando se acabó el patrimonio de su
mujer, se las arregló para vivir a costa de su amigo y colaborador Friedrich
Engels, auto-declarado comunista y, a la vez, millonario propietario de
fábricas en Inglaterra; Engels escribía contra la propiedad y la riqueza pero
era muy rico y posesor de grandes propiedades. Esta contradicción también se
observa en Marx, pues escribió o coescribió cientos de páginas acerca del
trabajo y el trabajador y, sin embargo, no sólo se negó a trabajar (en la
factoría de su amigo, por ejemplo), sino que ni siquiera tuvo curiosidad por ir
a ver por sí mismo qué era eso de una fábrica y cuáles eran las condiciones de
los proletarios que trabajaban para Engels.
Sorprendente y contradictoria es su
relación con su sirvienta Helene Demuth, de la que nació un hijo. El adalid del
comunismo engañó a su mujer (doblemente) haciéndole creer que el recién nacido
era de su incondicional Engels. Sin embargo, lo verdaderamente incoherente no
es que se entendiera con la fámula, sino que caía en una postura que él siempre
había tenido por ‘asquerosamente burguesa’: tener criados, personas a su
servicio.
Leopold Schwarzschild (1891-1950) fue
un escritor e historiador alemán que estudió la correspondencia que durante
cincuenta años mantuvieron Marx y Engels. Así, en su obra ‘El prusiano rojo. La
vida y la leyenda de Karl Marx’ deduce (con muchísimos argumentos y evidencias
incontestables) que “fue un hombre que encontró en el proletariado un
instrumento de su ambición personal”. Igualmente este autor expone que Marx
siempre fue un vividor alérgico al trabajo (sus escritos le proporcionaron poco
rédito), así que cuando la familia de su mujer dejó de ser su fuente de
ingresos, “sedujo a Engels para que lo mantuviera”. O sea, que jamás trabajó.
“Nunca realizó el más mínimo esfuerzo por visitar una fábrica o conocer un
sistema productivo. Más bien, sus esfuerzos se volcaron en vivir de Engels,
consiguiendo de su amigo una auténtica pensión vitalicia”.
Que era racista queda evidente en su
correspondencia. Por ejemplo, a Ferdinand Lasalle (filósofo, político,
1825-1864) lo trató de “negrito judío” y “judío grasiento”; en una carta que le
escribió a Engels en 1862 dice de él: “Ahora no tengo la menor duda de que,
como indica la conformación de su cráneo y el nacimiento de su cabello,
desciende de los negros que se unieron a Moisés en su huida de Egipto, a menos
que su madre o abuela paterna tuvieran cruce con negro” (¿?). Por la misma
razón se oponía a la boda de su hija con
Paul Lafargue porque éste era de origen cubano y tenía la piel oscura; sus
desprecios no terminaron una vez casados, pues tildaba despectivamente a su
yerno de “negrillo” o “gorila”. La soberbia era otra de sus ‘virtudes’: si
algún obrero se atrevía a discutirle alguna de sus afirmaciones reaccionaba con
violencia y lo tachaba de “ignorante”; por ello, cuando alguno de sus
compañeros de la Liga Comunista le contradecía era apartado fulminantemente de
los órganos de dirección, donde sólo estaban sus afines incondicionales.
Casi nadie niega ya que la mayor parte
de las obras literarias que se le atribuyen las escribió Engels (fuera quien
fuera, esa escritura no puede ser más confusa y enrevesada, tan oscura que
parece no quiere ser entendida). Pero también se apropió de pensamientos y
reflexiones ajenas; por ejemplo, en sus textos aparecen máximas y sentencias
que, al no citar al verdadero autor, parece que son originales, como “la
religión es el opio del pueblo”, que Heinrich Heine escribió en 1840 (y otros
antes); igualmente se apropió de “los obreros no tienen nada que perder salvo
sus cadenas”, cuyo autor es el sanguinario revolucionario francés Jean Paul
Marat (‘L´ami du peuple’); o la tan divulgada “¡proletarios del mundo, uníos!”,
que aparece en el Manifiesto del Partido Comunista como propia, aunque es del
también alemán Karl Sapper.
A pesar de la enorme influencia de
Karl Marx en el último siglo y pico, hay que conocer la cara más personal del
hombre para poner al personaje en su sitio.
CARLOS DEL RIEGO